Explicaba Platón su teoría sobre el alma humana valiéndose de la imagen de un carro alado y aún lo recordamos 2.500 años después.
En el mundo perfecto de las ideas, volaba aquel carro conducido por un auriga y tirado por dos corceles. Uno era blanco y simbolizaba la fuerza, el valor, el ímpetu; era noble y dócil. El otro negro y representaba a las pasiones, a lo concupiscible; era mucho más desobediente y difícil de controlar. El conductor, naturalmente, intentaba llevar el gobierno de todo.
Así pues, fortaleza por el corcel blanco, templanza del negro e inteligencia en el auriga, eran las tres cualidades que adornaban al alma humana en los casos favorables. Si estaban presentes en la correcta proporción, y sin colisionar unas con otras, entonces había una cuarta virtud añadida: la justicia.
Un alma con todos estos atributos era perfecta e inmortal y habitaba en el mundo de las ideas, separado de éste de las cosas que tenemos bajo los pies, pero con un nexo de unión entre ambos que era precisamente el ser humano.
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Desgraciadamente, alguna vez se rompía aquel apreciado equilibrio por causas imputables a cualquiera de los tres intervinientes, entonces el carro perdía sus alas y se precipitaba hacia este mundo de las cosas, encerrándose aquella desventurada alma en un cuerpo humano como el de cualquiera de nosotros. No obstante, nunca perdía el recuerdo de lo que fue ni el anhelo de recobrar sus alas para poder regresar al mundo perdido.
Pero, ¿cómo recuperarlas?
Pues mediante el eros; por el amor.
Eso pensaba Platón, que conocía de su maestro Sócrates la teoría de que el amor es el deseo de lo que no se tiene y se considera bello.
En un primer estadio se trata de la atracción por los cuerpos bellos, por el del otro, el del ser amado. Puede y debe llegar a transformarse, en una segunda fase, en amor por los espíritus virtuosos y equilibrados. Culmina en amor a las ideas sublimes del Bien y la Sabiduría.
La principal función que cumple el amor es la de hacer sentir al hombre el deseo de sabiduría e impulsarle a conseguirla, de manera que al final su alma podría recuperar las alas perdidas y regresar al mundo del que llegó.
En todo caso, si en lugar de amor platónico lo llamásemos amor socrático, tampoco estaríamos siendo injustos.
Napoleón Boina Aparte
sábado, 28 de noviembre de 2009
EL mito del carro alado
Una amable aportación de Napoleón Boina Aparte
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